Brujería invisible

Después entró en el ascensor, por la sencilla razón de que la puerta estaba abierta; y salió disparada con suavidad hacia arriba. La esencia de la vida ahora, pensó mientras subía, es mágica. En el siglo XVIII, sabíamos cómo se hacía todo; pero aquí me elevo por el aire, oigo voces de América, veo hombres volando, y no puedo dejar de maravillarme al ver cómo ocurre. Vuelvo a creer en la magia. (Virginia Woolf, Orlando)


La famosa tercera ley de Arthur C. Clarke tiene interesantes precedentes o precursores en la literatura, reflexiones de escritores que, como Virginia Wolf, vieron antes que él esa delgada línea que existe entre la magia y la tecnología.

El teletransporte o la telepatía pertenecen hoy a ese reino de asombro que describe la ambigua y longeva protagonista de Wolf, Orlando, pero la impresión 3D y las interfaces cerebro-computadora podrían hacerlas realidad en algún tiempo quizás no muy lejano. «Ábrete Sésamo» eran las palabras mágicas que usaba la banda de Alí Babá para abrir la cueva del tesoro en la historia de «Ali Baba y los cuarenta ladrones». Hoy en día, usamos «Okay Google», u «Hola Siri» para invocar a nuestros asistentes digitales «mágicos» que ponen un vasto tesoro de información a nuestro servicio. Sin duda, incluso Ali Baba se habría maravillado.

El sentimiento de asombro que generan las tecnologías “avanzadas” es solo una etapa preliminar del largo proceso de adopción de la tecnología. Las tecnologías que tienen éxito éxito y se convierten en habilitadores fundamentales de nuestra sociedad, en algún tiempo pasado debieron parecer primero mágicas y luego sorprendentemente avanzadas, hasta que eventualmente se diluyen en la trama de la vida cotidiana y se vuelven indistinguibles o irreconocibles1. Desaparecen de nuestra vista.

Hoy no percibimos la ropa, la comida, los muebles o la gran mayoría de la miríada de objetos físicos de metal, plástico o cristal que utilizamos como piezas de “tecnología” avanzada. Han formado parte de nuestra vida desde el principio y estamos tan acostumbrados a ellos, que no nos damos cuenta de la tecnología que encierran y los hace posibles. Pero imagino que una copa de cristal, un navaja suiza o unos guantes de cuero hubieran asombrado a nuestros antepasados de hace 10 o 15.000 años.

Por otra parte podemos suponer que las personas que han nacido ya en el siglo XXI y las generaciones futuras no verán las pantallas táctiles o las interfaces de voz como algo particularmente asombroso, porque la tecnología que las hace posibles habrá madurado, se habrá extendido y se habrá integrado por completo en el tejido de la vida cotidiana.

Esta desaparición de la tecnología de nuestra consciencia es una consecuencia fundamental de la psicología humana. Cuando las personas aprendemos algo lo suficientemente bien, dejamos de ser conscientes de ello1.


El premio Nobel de economía Herbert Simon llamó a este fenómeno «compilación»; el filósofo Michael Polanyi la «dimensión tácita»; el psicólogo TK Gibson «invariantes visuales»; los filósofos Georg Gadamer y Martin Heidegger lo denominan «el horizonte» y el «listo para usar», John Seely Brown en PARC la «periferia».


El buen diseño juega un papel clave durante el proceso de asimilación de la tecnología, como se muestra en este cuadro que Don Norman tomado prestado2 Clayton Christensen:

Diseñar una experiencia de usuario plenamente satisfactoria es parte del proceso de aprendizaje necesario para hacer que la magia de ayer acabe convirtiéndose en una realidad de nuestra vida cotidiana3:


En realidad, un buen diseño es mucho más difícil de notar que un diseño deficiente, en parte porque los buenos diseños se ajustan tan bien a nuestras necesidades que el diseño es invisible y nos sirve sin llamar la atención sobre sí mismo. El mal diseño, por otra parte, grita sus deficiencias, haciéndose muy notable.


Esta es la larga marcha de la adopción de la tecnología: de la hechicería o la ficción, a la evidencia que maravilla, el paso por la fase de dependencia psicopática y, por último, la ubicuidad tranquila e invisible.

Entendiendo la forma en que la tecnología que hemos ido creando se integra por completo en nuestra experiencia de vida cotidiana, podemos especular sobre algunas posibilidades un poco más extremas. En este breve ensayo titulado «Is Physical Law an Alien Intelligence?», el astrónomo Caleb Scharf se plantea la posibilidad de que las leyes físicas sean el producto de una inteligencia alienígena:


Presumiblemente la vida no tiene por qué estar formada por átomos y moléculas, sino que podría ensamblarse a partir de cualquier conjunto de bloques de construcción con la complejidad necesaria. Si es así, una civilización avanzada podría transcribirse a sí misma y a todo su reino físico de otra formas. De hecho, nuestro universo podría ser una de esas nuevas formas en las que alguna otra civilización transcribió su mundo.

Quizás la vida muy avanzada no sea algo externa. Quizás ya esté por todas partes. Está embebida en lo que percibimos como la física del universo, desde el comportamiento de las partículas elementales y los campos hasta los fenómenos de complejidad y emergencia.


La idea es una posible explicación para la paradoja de Fermi. Es la propuesta de Karl Schroeder en Permanence, en la que reformula la tercera ley de Clarke como cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la naturaleza. Hace solo unas pocas semanas, el provocador Robin Hanson daba forma a lo que voy a denominar una cierta voracidad que podrían tener estas civilizaciones que se convierten en el universo (voracidad que no debería resultarnos extraña).

La idea de un universo «diseñado», no es muy diferente de la idea de que podríamos estar viviendo dentro de una simulación creada por otra civilización, que no dista mucho de la idea de que alguien (¿Dios?) creó el universo. Sí, lamento llegar a la conclusión de que a medida que elevamos el nivel de la especulación, todas nuestras narrativas para explicar la realidad y el universo convergen hacia un horizonte de comprensión muy borroso, un límite más allá del cual nuestra capacidad intelectual parece completamente inútil.

Llegados a este punto merece la pena recordar la observación de Richard Dawkins de que la Tercera Ley de Clarke no funciona a la inversa. Es decir que el hecho de que cualquier tecnología suficientemente avanzada sea indistinguible de la magia no implica que cualquier afirmación mágica que se nos pueda ocurrir sea indistinguible de un avance tecnológico que llegará en algún momento del futuro.

Dicho esto, la idea de una vida extraterrestre tan avanzada que es indistinguible de la física es una idea que invita a la reflexión. Estoy convencido de que Arthur C. Clarke habría estado de acuerdo en que la física podría ser la expresión máxima de la brujería.

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(1) Weiser, Mark. 1999. ‘The Computer for the 21 St Century’. ACM SIGMOBILE Mobile Computing and Communications Review 3 (3): 3–11. doi:10.1145/329124.329126.

(2) Norman, Donald A. (1998). The Invisible Computer

(3) Norman, Donald A. The Design of Everyday Things. Publicado originalmente en 1988 como The Psychology of Everyday Things

Este post fue publicado inicialmente en Mind The Post (con modificaciones)

Imagen: ¿Qué fue hacer la ciencia ficción con el futuro? Tecnofuturos 2019

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