El futuro sigue siendo lo que solía ser

En Abril del 2007, poco más de un año antes de que se desatara la gran recesión, Richard Barbrook publicaba «Imaginary Futures» (Futuros imaginarios), un libro(1) en el que documenta y reflexiona sobre el nacimiento y desarrollo de las tecnologías y la sociedad de la información, critica la narrativa dominante sobre el progreso tecnológico y anima a las nuevas generaciones a involucrarse y a tomar el control de la toma de decisiones en materias críticas que condicionarán el futuro de todos. Richard en un poco mayor que yo, pero lo que cuenta me trae muchos recuerdos de mi propia adolescencia y mi carrera profesional. Los párrafos que siguen son un breve extracto (y traducción) del primer capítulo, «El futuro es lo que solía ser».


Cuando tomé la decisión de comenzar a trabajar en este libro, mi punto de partida era un enigma teórico: la defensa sin crítica de viejas visiones sobre el futuro. La utopía de la alta tecnología que siempre está a la vuelta de la esquina, pero que nunca llegamos a alcanzar. El futuro es lo que solía ser.

Cuando visité la Feria Mundial de Nueva York de 1964, siendo un niño, las computadoras ya se celebraban como la máquina demiúrgica. Esta nueva tecnología prometía la inminente llegada de dos maravillas: la inteligencia artificial y la sociedad de la información.

Algunos de los personajes más populares de las historias de ciencia ficción son inteligencias artificiales. Hemos crecido con las imágenes de fieles robots amigos como Data en Star Trek TNG (la nueva generación) y de monstruos mecánicos despiadados como el androide de Terminator. Estas fantasías de ciencia ficción han sido promovidas por las fiables predicciones de destacados científicos informáticos.

Algunos de estos científicos informáticos creen incluso que la invención de la inteligencia artificial es una cruzada espiritual. En California, Ray Kurzweil y Vernor Vinge han estado esperando pacientemente desde la década de 1980 la llegada de la Singularidad: la encarnación del robot redentor.

Durante décadas, políticos y expertos han estado diciendo a los ciudadanos del mundo desarrollado que la llegada de la utopía de la red es inminente. Han utilizado esta profecía para explicar la sustitución de los trabajos en fabricación por otros en servicios en las economías del norte.

Kevin Kelly afirmó que la red había dado origen a un «nuevo paradigma» que abolía los altibajos del ciclo capitalista. Manuel Castells publicó en varios volúmenes una oda a la transición de las miserias del nacionalismo industrial a las maravillas de la globalización postindustrial.

En las profecías sobre la inteligencia artificial y la sociedad de la información, la ideología se ha usado para deformar el tiempo. La importancia de una nueva tecnología no está en lo que puede hacer aquí y ahora, sino en lo que modelos más avanzados podrían llegar a hacer algún día. El presente se entiende como un embrión del futuro, y el futuro ilumina el potencial del presente. Cada nuevo paso de la tecnología informática es un nuevo avance hacia el objetivo final de la inteligencia artificial. La profecía de la sociedad de la información se acerca a su objetivo final con el lanzamiento de cada nueva pieza de software o hardware. El presente ya contiene el futuro y ese futuro explica el presente. Lo que es ahora es lo que será algún día. La realidad contemporánea es la versión beta de un sueño de ciencia ficción: el futuro imaginario.


La idea que Barbrock nos transmite con claridad es, como lo formularia Iñigo Montoya, que el progreso tecnológico quizás no es lo creemos que es. Que muchas de sus anticipadas consecuencias no se han producido o no se están produciendo en los tiempos y formas que anticipábamos y que la comunicación que hacen gobiernos e instituciones, de manera directa o indirecta, por ejemplo a través de la ciencia ficción, es sesgada e interesada, y tiene una intención política. Barbrock nos anima a salir del sueño ficcional de la tecnología, no diré a tomar la pastilla roja, pero sí a dejar a un lado la ingenuidad y mirar la realidad del progreso tecnológico de una manera crítica.

El debate sobre si el progreso se está produciendo al ritmo esperado y se traducirá en mejoras que lleguen de manera amplia a la sociedad en la misma medida que lo ha hecho durante los doscientos últimos años, es un área de fértil debate teórico con, por el momento, resultados poco concluyentes.

Pero quiero mostrar otra foto, en este caso de otro libro publicado hace más de treinta años, cuya lectura puede causar una cierta inquietud. A mí al menos, me inquieta observar que hay grandes áreas de nuestra visión y nuestras expectativas sobre el futuro que llevan más de treinta años completamente inmovilizadas. Es esa sensación de déjà vu que me produce volver a ver las visiones futuristas del pasado. Leer «What Futurists Believe» (Lo que piensan los futuristas) de Joseph F. Coates y Jennifer Jarratt, un trabajo(2) en el que recogen la visión y opiniones de 17 personajes entre los que figuran Arthur C. Clarke, Peter Drucker, Dennis L. Meadows o James A. Ogilvy (todos hombres, por cierto, algo sobre lo que los propios autores se hacen una interesante reflexión), me produce la sensación de estar desenterrando un viejo mamut (sí ese que ahora mismo está sentado en el centro de la sala) congelado en el permafrost de nuestra conciencia colectiva.

Quiero destacar aquí únicamente la importancia de una idea que, como ese elefante, está presente en casi todo lo que nos rodea y, sin embargo, parece invisible: la complejidad y cómo gestionarla(3).


La complejidad es una característica emergente en casi todas las iniciativas, instituciones y sistemas humanos. Los futuristas difieren en cómo gestionar la complejidad, pero están de acuerdo en que se necesitan nuevas herramientas.

Las instituciones y estructuras de gobierno actuales no son la respuesta a la gestión de la complejidad. La mayoría están desfasadas, son burocráticas, lentas, con períodos de gestión y de atención demasiado cortos y sin una visión del mundo. Se necesitan instituciones más flexibles y más rápidas.


Hay muchas otras cosas en las que los futuristas de hace treinta años estaban de acuerdo: el preeminente rol de la tecnología, la necesidad de un cambio de modelo energético, la interdependencia creciente inducida por la globalización o la necesidad de mejorar la educación. Y otras muchas en las discrepaban.

La razón para mi inquietante sensación de déjà vu es que no veo ninguna (acuerdo o desacuerdo) que nos parezca hoy terriblemente obsoleta. Ni siquiera algo obsoleta. Si acaso, todas ellas se han vuelto más evidentes, más apremiantes. Me pregunto, aparte de la web y de Google (cuya relevancia no pretendo cuestionar), ¿qué hemos estado haciendo en treinta años?

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(1) Barbrook, Richard. Imaginary futures: From thinking machines to the global village. Pluto Press, 2007.

(2) Coates, Joseph F., y Jennifer Jarratt. What futurists believe. Lomond, 1989.

(3) Coates, Joseph F., and Jennifer Jarratt. «Exploring the future: a 200-year record of expanding competence.» The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science 522, no. 1 (1992): 12-24.

Imagen: Unisphere, elemento central de la feria mundial de 1964

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