Hola Frankenstein. Soy el monstruo que tu creaste. Prepárate a… escuchar.

Este año se cumplen 200 años de la publicación de «Frankenstein o el moderno Prometeo». La obra se publicó de manera anónima el 1 de enero, el día en que celebran su cumpleaños los que no saben cuándo nacieron. Curiosamente, sabemos más sobre el momento en que Mary Shelley concibió la idea que sobre la historia y su criatura, el monstruo de Frankenstein.

El monstruo—la criatura— fue concebido por Mary Shelley un año y medio antes en una residencia de verano, la villa Diodati, que había alquilado Lord Byron cerca del lago de Ginebra. La romántica historia de cómo se concibió la novela —el making-of, por así decirlo— de Frankenstein ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones como, por ejemplo, en la película Remando al viento de Gonzalo Suarez. Y estoy seguro de que todos tenemos una imagen nítida del monstruo grabada en la memoria.

Pero ¿conocemos realmente la historia que concibió Mary Shelley? No, desde luego, quien no haya leído el libro, porque como muy recientemente ha declarado otro director, Guillermo del Toro, nadie ha hecho el libro todavía:

Cuando era niño, vi la película y leí el libro y pensé, querido Señor, nadie ha hecho esto. Hasta el día de hoy, nadie ha hecho el libro. Cada adaptación de Frankenstein se desarrolla en una tangente.

Os dejo aquí unas cuantas citas, algunas ideas, unas fantásticas ilustraciones, y un spoiler completo de la novela de Shelley. Si no la vas a leer…

1816 ha pasado a la historia como el año sin verano, debido a una disminución significativa de la temperatura mundial, posiblemente a causa de la erupción volcánica del monte Tambora un año antes. En la introducción que escribió para la edición de la obra de 1831, Mary Shelley recuerda ese oscuro verano en el que su criatura vio la luz.

El verano de 1816 visitamos Suiza, y fuimos vecinos de Lord Byron. Al principio, pasamos horas felices en el Lago o recorriendo sus orillas (…) Pero fue un verano húmedo y desapacible, y la lluvia sin descanso, con frecuencia nos confinaba días enteros en la casa. Luego, cayeron en nuestras manos algunos volúmenes de historias de fantasmas, traducidos del alemán al francés.

En aquel ambiente surgió la idea de escribir una historia de terror. «Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas»—propuso Lord Byron. Y ese fue el pistoletazo de salida para la carrera de fondo que es la creación.

Me puse a pensar en una historia que rivalizase con las historias que nos habían inspirado, Una que evocase los temores misteriosos de nuestra naturaleza y despertara la emoción del horror. (…) Pero sentía esa incapacidad de invención que es la mayor miseria del escritor.

Lord Byron y Shelley tuvieron muchas y largas conversaciones a las que yo asistía como una oyente devota y casi silenciosa. Recuerdo una de ellas en las que discutieron varias doctrinas filosóficas y, entre otras, la naturaleza del principio de la vida, y si había alguna probabilidad de que algún día fuese posible descubrirlo y comunicarlo. Hablaron de los experimentos del Dr. Darwin…

No, no se refiere a Charles Darwin, sino a su abuelo, Erasmus Darwin. Y me pregunto cómo habría imaginado Shelley a su criatura si la idea de la selección natural hubiera sido conocida en ese momento. Pero, a principios del siglo XIX, eran otras las ideas “científicas” dominantes:

Quizás era posible reanimar un cadáver; el galvanismo sugería cosas similares. Tal vez era posible fabricar las partes que componen una criatura, ensamblarlas e infundirlas el hálito de la vida.

La noche se fue en aquella conversación (…) y cuando reposé luego la cabeza en mi almohada (…) mi imaginación, desbocada, me poseyó y comenzó a guiarme a través de sucesivas imágenes que surgían en mi mente con una vivacidad que excedía los límites de la ensoñación.

Con los ojos cerrados, pero con una aguda claridad mental, vi al pálido estudiante de artes impías arrodillado al lado de la cosa que había creado. Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido, y luego, como impulsado por algún tipo de potente motor, le vi mostrar signos de vida, y agitarse inquieto con movimientos como los de un ser vivo.

Allí estaba la desgraciada criatura recién nacida, capturada por la imaginación de Mary Shelley como los peces que quedan atrapados en las redes que lanzan los pescadores al mar. Ese momento tuvo lugar entre las 2 y las 3 de la madrugada del día 16 de junio de 1816.

La idea se apoderó de mi mente y un estremecimiento de pavor me recorrió.

Mary Shelley establece un paralelismo brillante entre el momento en que ella concibe la idea para su historia de terror, su epifanía, y el momento en que culmina el proceso creativo de Victor Frankenstein, cuando finalmente consigue dar vida a su criatura. La creación de Victor Frankenstein iluminando la creación de la propia Shelley.

A la mañana siguiente, Mary anuncia que ya tiene una idea y que va a comenzar a escribir:

Al principio pensé en unas pocas páginas, un cuento corto; pero Shelley me animó a desarrollar la idea.

Ilustración de Theodor von Holst para la edición de Frankenstein de 1831
Ilustración de Theodor von Holst para la edición de Frankenstein de 1831

El capítulo 5 de Frankenstein se abre con la narración de ese momento que constituye el clímax de la búsqueda obsesiva de Victor del conocimiento y de la tecnología que le permitirían crear la vida, una búsqueda que Mary Shelley contempla con escepticismo:

Aprende de mí, sino por mis preceptos, al menos por mi ejemplo, cuán peligrosa es la adquisición de conocimiento y cuánto más feliz es el hombre que cree que su pueblo natal es el mundo, que el que aspira a ser más grande que lo que su naturaleza le permitirá.

Es un momento dramático que ha sido representado en incontables ocasiones en el cine y la televisión, mediante escenas, a menudo más cómicas que dramáticas. En un giro inesperado, en vez del sentimiento de satisfacción y plenitud por el logro alcanzado que cabría esperar en el creador, Victor se ve completamente desbordado por una experiencia que intuyo más próxima a la depresión posparto que a la del emprendedor moderno que acaba de conseguir un producto mínimo viable. Resulta difícil no suponer que la propia experiencia trágica de Mary Shelley como madre, no haya influido de alguna manera en este oscuro momento de alumbramiento.

Descubrimos que, en realidad, Victor no parece haber esperado alcanzar el éxito nunca, puesto que su primer sentimiento al ver que realmente ha dado vida a un nuevo ser es de asombro. El asombro se torna pánico cuando descubre que su creación está muy lejos de las expectativas que su imaginación debía albergar. Su apariencia física es repulsiva, y la reacción de Victor es huir, confiando como un idiota en que ese momento se desvanezca en el tiempo.

Curiosamente, este momento central de la obra de Shelley ha quedado completamente eclipsado por las representaciones y la reinterpretación de obras derivadas posteriores. La idea que tenemos del monstruo de Frankenstein es la de una criatura compuesta por restos de cadáveres que Victor ha ido ensamblando y que consigue reanimar por medio de la electricidad, pero esta descripción, aunque sugerida y mencionada en la introducción de 1831, no aparece explícitamente en la obra original de Shelley.

La sala de disección y el matadero me proporcionaron muchos de los materiales; y con frecuencia mi naturaleza humana se revolvía con repugnancia ante mi ocupación, pero impulsado por una ansiedad creciente, conseguí acercar mi trabajo a su conclusión.

El uso de la electricidad y la imagen que domina la imaginación colectiva es la del monstruo interpretado por Boris Karloff en la producción de Universal Pictures de 1931 y posteriores.

Frankenstein, Universal Pictures 1931
Frankenstein, Universal Pictures 1931

En la obra original, Victor Frankenstein ha descubierto, tras años de minucioso trabajo, el principio de vida elemental que le permite desarrollar un método—una tecnología—capaz de infundir vida a la materia inanimada. En el capítulo 4, antes del clímax, hay una extensa reflexión de Victor, que se pregunta.

¿De dónde, me preguntaba a menudo, procede el principio de la vida? Una pregunta osada sobre algo que ha sido considerado siempre un misterio. Y, sin embargo, ¿cuántas cosas llegaríamos a descubrir, si la cobardía o el descuido limitaran nuestras investigaciones?

Pero los detalles de cómo el descubrimiento de ese principio puede ser utilizado para la creación de la vida, quedan ocultos en la trastienda de la narración, invisibles.

Todo el coraje y la determinación de Victor se esfuman tras alcanzar su propósito. Con su huida precipitada de la escena, Victor Frankenstein se revela finalmente un pusilánime que va a vivir desde ese momento y ya para siempre abrumado por las consecuencias de su creación, e incapaz de hacerles frente. Ni el paso del tiempo, ni la escalada de tensión que provoca su negativa a afrontar la realidad, le harán cambiar de aptitud. Victor se niega a admitir los hechos, esperando inútilmente que sus actos no tengan consecuencias, o que los efectos reviertan como los de una enfermedad pasajera. La aptitud de Victor es literalmente la del avestruz que esconde la cabeza bajo tierra, y con ella se condena y condena a su círculo de relaciones más cercano a una auténtica pesadilla. Con esta figura del creador, parece claro que la intención de la autora es forzar al lector a identificarse con la criatura. Y, de hecho, con los años, esa criatura a la que Shelley no quiso dar nombre ha llegado a apropiarse también del nombre de su creador, Frankenstein. La deformidad del monstruo encuentra el espejo ideal en la debilidad de carácter y la cobardía de Victor. ¿Qué intenta decirnos Mary Shelley con estos personajes?

Con el título de la obra, “Frankenstein o el moderno Prometeo», Shelley nos presenta a Victor Frankenstein como un nuevo Prometeo. Otro paralelismo: Victor y Prometeo, condenados por sus actos de creación. Pero es evidente que son dos creadores muy diferentes. Prometeo es un Titán que, después de crear al hombre a partir del barro, desafía a los dioses robándoles el fuego para dárselo a sus criaturas, y por ello será condenado por Zeus a la pena de ver su hígado eternamente devorado por los buitres. Victor, en cambio, abomina de su propia creación y él mismo la convierte en su condena. ¿Es Victor la imagen que tiene Mary del innovador, del científico o el ingeniero, o sobre la que quiere hacernos reflexionar? ¿Una persona que se niega a admitir la responsabilidad sobre su creación y de afrontar sus consecuencias? ¿Es ésta una imagen relevante hoy, en una sociedad presumiblemente más volcada hacia la tecnología y más consciente de su poder para transformar el mundo?

Por otro lado, destaca la obsesión de la criatura por encontrarse y ser reconocida por su creador. ¿Por qué? ¿Qué espera realmente encontrar esa criatura? ¿Qué le lleva a pensar que su creador le debe algo? ¿Cree Mary Shelley que esa obsesión es la que cabe esperar de un ser que toma conciencia de su naturaleza? ¿O esa búsqueda es una parte esencial de la imperfección de la criatura? ¿No es más limpio un acto de creación y más poderosa una criatura capaz de vivir y desarrollarse con plena autonomía de su creador? ¿Debemos contemplar nuestros propios anhelos de dar sentido a nuestra vida como una monstruosidad?

La criatura que concibe Mary Shelley es capaz de aprender a hablar, a leer y a escribir por su cuenta, de recordar y referirse luego a las obras de los clásicos con las que ha aprendido: El paraíso perdido de Milton, Las penas del joven Werther de Goethe o Vidas paralelas de Plutarco. Puede resultar absurdo o increíble, pero esta es la monstruosidad de la que está hecha la criatura de Shelley. Como descubriremos a medida que avanza la historia, esa criatura es más fuerte, más resistente física y mentalmente, y posiblemente más inteligente que el propio Victor. Pero el rechazo de Victor no es el resultado de un análisis racional, es un rechazo visceral.

En el primer y breve encuentro de Victor con su criatura, hay una tensión física que ha sido sabiamente captada y amplificada por parte de la iconografía que a lo largo de los años ha generado la obra. Y no me refiero ahora a esa imagen tosca del monstruo interpretado por los Boris Karloff. Aunque no pretendo quitar mérito a este clásico del cine y mucho menos al actor protagonista, esta imagen del monstruo resulta demasiado burda, poco sutil.

Me refiero a imágenes como las ilustraciones de Lynd Ward para la edición de Frankenstein publicada en Nueva York en 1934 por Harrison Smith and Robert Haas. Ward capta de manera magistral la ambivalencia con la que Shelley describe al monstruo, al que se refiere en todo momento como el «ser», la «criatura», el «miserable», el «demonio», o el «diablo». Tal como la retrata Lynd Ward, la criatura es patética y aterradora al mismo tiempo; su cuerpo es atlético y deforme. Es posible llegar a compadecerlo, a identificarse con él, pero no es posible llegar a desear cogerle la mano o permitir que llore sobre nuestro hombro.

El rechazo a la desagradable imagen física de la criatura es un tema recurrente a lo largo del desarrollo de la historia. Mary Shelley se sumerge en un tema que hoy está de plena actualidad. Isaac Asimov inventó el término “complejo de Frankenstein” para describir el miedo de los hombres a la rebelión de las máquinas. Pero ¿por qué sentimos miedo ante el humanoide, el robot, que se mueve con torpeza, o cuyos rasgos identificamos fingidos? La extraña inquietud que experimentamos ante una forma que reconocemos como casi, pero no completamente, humana, es el fenómeno del “valle inquietante” (uncanny valley) descrito por el profesor de robótica Masahiro Mori en 1970, y para el que se han propuesto diversas teorías. Pero está claro que, detrás de este rechazo visceral, subyace una emoción codificada por la evolución como alerta ante riesgo de lo que es próximo y, sin embargo, falso o defectuoso, del lobo que se esconde bajo la piel de cordero, o los patógenos que se adivinan en la apariencia descompuesta del enfermo. Con este tema central en la escenografía del terror, Mary Shelley consigue su propósito de «evocar los temores misteriosos de nuestra naturaleza».

En la primera ilustración a página completa del monstruo, Lynd Ward nos muestra el momento posterior a la reanimación en el que la criatura «aparta las cortinas» para acercarse a Victor que ha caído desfallecido en su cama. El dibujante concibe la escena como una metáfora en la que el deseo de la criatura por alcanzar a su creador se muestra por medio de la sexualidad explícita en una imagen de «inquietante» ambigüedad.

La imagen del monstruo apedreado por unos lugareños nos muestra un momento que marca el inicio de una larga reflexión de la criatura sobre su condición y sus posibilidades de llegar a ser aceptado por el hombre, que le llevará a invertir tiempo y esfuerzo en aprender a leer y hablar, y en planificar una estrategia para lograr conectar.

«Todo el pueblo se despertó; algunos huyeron, otros me atacaron hasta que, gravemente herido por piedras y muchos otros tipos de misiles, conseguí escapé al campo abierto».

El monstruo adquiere conciencia de sí mismo al ver su imagen reflejada en el agua de un arroyo. Como su propia belleza a Narciso o la belleza de Blancanieves a su madrastra, la magia del espejo lo condena a la esclavitud de su propia imagen deformada, el esperpento que hubiese sido mejor ignorar. Una vez que toma conciencia de sí mismo, ya no puede ignorar el destino al que se enfrenta.

Había admirado las formas perfectas de mis vecinos labradores—su gracia, su belleza, sus delicadas facciones—, pero ¡qué horror cuando pude verme a mí mismo reflejado en el agua del estanque! Al principio, retrocedí, incapaz de creer que, en realidad, era yo quien se veía reflejado en el espejo; y cuando finalmente llegué a convencerme de que era yo el monstruo que realmente soy, me embargó la más amarga sensación de desaliento y mortificación. ¡Ay!, y todavía no sabía los efectos fatales de esta miserable deformidad.

El monstruo estrangula al hermano pequeño de Victor, William, y Justine Moritz, la querida niñera, es acusada del crimen. Victor, que sospecha lo que ha ocurrido, es incapaz de salvar a Justine de ser ejecutada.

[William] «¡Monstruo horrible, déjame ir! Mi papá es un síndico, es el señor Frankenstein, él te castigará. No te atreverás a retenerme».
[La criatura] «¡Frankenstein! Perteneces entonces a mi enemigo, a aquel a quién he jurado venganza eterna. Tú serás mi primera víctima».

Finalmente, consigue acorralar a Victor en la soledad de un glaciar en los Alpes suizos, y allí, rodeados por el hielo, tendrán su primera conversación. La criatura ha madurado y, sabiendo ya que jamás conseguirá integrarse en un mundo que lo rechaza con plena hostilidad, y que no va a darle la oportunidad de mostrar que, en realidad, sólo busca reconocimiento e integración, hace a Victor una petición:

Estoy solo y me siento miserable; el hombre no se asociará conmigo; pero alguien tan deformado y horrible como yo no me negará su compañía. Mi compañera debe ser de la misma especie y tener los mismos defectos. Esto es lo que tú debes crear » (fin del capítulo 16)

Como a estas alturas ya os podéis imaginar, Victor será incapaz de estar a la altura de las circunstancias. Las consecuencias de su debilidad de carácter resultan funestas. El monstruo estrangula a su amada Elizabeth el día después de su boda.

Ella yacía allí, sin vida e inanimada, sobre la cama, la cabeza colgando y sus rasgos pálidos y distorsionados medio cubiertos por el pelo.

Mientras releía la edición original de Frankenstein de 1818, y recopilaba algunas notas, he tenido oportunidad de revisar, admito que de forma muy tangencial, lo que se dice sobre la obra, sus temas, y sus personajes. Admito que es tentador, incluso cuando se quiere ir más allá de la caricatura del monstruo que transmite la imagen de Karloff, intentar condensar los mensajes,o utilizar la idea de Shelley como una metáfora.

  • El monstruo que se alza contra su creador como metáfora de los riesgos e incertidumbres del desarrollo tecnológico. El Facebook de las fake-news como la criatura de Zuckerberg. Me encanta, pero, honestamente, creo que no se corresponde con lo que escribió Mary Shelley.
  • La ambición y la arrogancia de Victor como metáfora del creador que busca la fama sin reparar en las posibles consecuencias. Nada más lejos del personaje de Victor Frankenstein.
  • La tortuosa búsqueda y el rechazo como metáforas de una historia de amor homosexual imposible… me parece un poco traído por los pelos.
  • El enfrentamiento de Victor con su criatura como metáfora de la rebelión de la clase obrera frente a la opresión del capitalista… ¡Olé!. (eso sí, explícito paralelismo en las ilustraciones concebidas por Lynd Ward)
  • etc.

No es mi intención adivinar qué hubo detrás de aquella imagen que Mary Shelley atrapó en una noche de inspiración y desvelo, qué la fue nutriendo mientras ella iba desarrollando la idea para escribir la obra que finalmente publicaría. Pero lo que no deja de sorprenderme es qué 200 años después, esa criatura siga deambulando todavía por la novela, sin haber conseguido llegar a conectar con nosotros más que a través de una imagen desfigurada, improvisada con retales de prejuicios y estereotipos que, a través de múltiples obras derivadas, hemos ido ensamblando.

Al final del libro, la criatura anticipa su propio destino con una despedida similar al monólogo final del replicante en Blade Runner, palabras cargadas de nostalgia por una experiencia vital irreproducible que está a punto de desvanecerse. En vez de lágrimas en la lluvia, las del monstruo de Shelley son cenizas que el viento esparcirá en el mar.

Pero pronto, moriré, y lo que ahora siento ya no se sentirá más. Pronto esta miseria ardiente se extinguirá. Ascenderé triunfalmente mi pila funeraria y disfrutaré con la agonía de las llamas torturándome. Y cuando la luz de esa pira se desvanezca, el viento arrastrará mis cenizas hasta el mar. Mi espíritu descansará en paz, y si piensa, seguramente ya no pensará así. Adiós.

Pero yo no creo que esa criatura haya conseguido descansar en paz, la veo deambulando aun por el hielo, buscando… Quiere decirnos algo. Quizás no cueste tanto escuchar.


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